Acto 45. Tertulia poética. «El Cancionero Anónimo Olvidado» por Félix Grande
Tertulia poética en el Café Gijón.
El Cancionero Anónimo Olvidado
por Félix Grande
FELIX DOBLEMENTE GRANDE
He aquí un hombre que atesora el Premio Adonáis (por Las Piedras en 1963), el Nacional de Poesía (por Las Rubaiyátas de Horacio Martín en 1980), el Premio Nacional de Flamencología (por su ensayo Memoria del Flamenco ), el Premio Nacional de las Letras (por toda su obra en el 2004)… Un hombre que vive el flamenco como pasión y la poesía como “estado de gracia”. Un hombre que ha dirigido durante dos décadas la revista cultural Cuadernos Hispanoamericanos . Un discípulo aventajado de Antonio Machado, de Pablo Neruda, de Federico García Lorca, de César Vallejo, de Miguel Hernández, de Juan Ramón Jiménez, de José Hierro…, pero también, añadiría yo, de Fedor Dostoyevski. Un hombre que fue pastor, vaquero, vinatero, vendedor ambulante, “tocaor” de guitarra flamenca… He aquí un hombre sencillo, solidario, ético, comprometido en mejorar un mundo que no funciona como dejó claro en Lugar siniestro este mundo, caballeros (1980). Un hombre que se ha rebelado siempre con honradez contra la injusticia. He aquí un hombre doblemente Grande.
Félix Grande es un extremeño nacido en Mérida en 1937 y criado en La Mancha, concretamente Tomelloso (Ciudad Real). Poeta, narrador, crítico literario, flamencólogo…, en su obra se aprecian la huella surrealista y el compromiso social. Una obra, todo sea dicho, donde la sensualidad, el erotismo, el existencialismo, la desolación de las pasiones cuando mueren, también tienen cabida.
Contrario a cualquier esteticismo gratuito; cuidadoso hasta el extremo con la palabra; excelente adjetivador; cultivador de la palabra exacta; carnal en la poesía, lo cual le liga a la lírica arábigoandaluza y al espíritu trágico del “cante jondo”; afanoso de la justicia social, lo cual le une a la Generación del 50, no en vano él califica a la poesía como un arte de “comunicación y fraternidad”; Félix Grande es un hombre exasperado, vehemente, emocionante, fundamental, generoso, esmerado, versatil, solidario con el dolor, nihilista algunas veces.
Pocos escritores concitan tanta unanimidad sobre su persona y obra. “Un hombre bueno”, tituló Luis Antonio de Villena su columna al definir a Félix Grande, algo en lo que abundó el más que estimable crítico Santos Sanz Villanueva en El Mundo o Miguel ríos Ruiz en ABC…
Personalmente les recomiendo su poemario Blanco Spirituals (1967), cuyos versos son una de las cumbres de la poesía del Siglo XX y su novela La Balada del abuelo Palancas. El primero es el mejor ejemplo de su concienciación social y quizás su libro de poesía más aclamado junto a Las rubayatas ; el segundo, La Balada del abuelo Palancas , es la historia de una saga, la de los Palancas, mote del abuelo de Félix Grande; el relato de su dignidad ante el hambre, el miedo, la injusticia, la posguerra… Algo que no me resisto a resumirles.
Nacido en 1878 y fallecido en 1950, Félix Grande Martínez, abuelo de Félix Grande, recibió su apodo tras una hazaña que sería transmitida de padres a hijos. El joven Félix acudía junto a compañeros a un conocido burdel de la localidad y en la espera se gastó el dinero que llevaba. Así que al llegarle el turno solicitó a la prostituta que le fiaran el revolcón, a lo cual la mujer se negó. Frustrado y con algunas copas de más, Félix buscó en las eras un rodillo molón de piedra y para desahogar su ardor, en plena noche, lo hizo rodar hasta las puertas del ayuntamiento. Cuando, a la mañana siguiente, se encontraron con dicho “regalo”, se hicieron las averiguaciones e identificaron al responsable; y cuando el alcalde le preguntó cómo había podido arrastrar un rodillo de 800 a 1.000 kilos hasta allí, él respondió que “haciendo palanca”, con lo que le quedó el mote.
La balada del abuelo Palancas es la historia de una familia manchega que durante generaciones tuvo que luchar para sacar adelante, a trancas y barrancas, a sus hijos. La oportunidad de conocer a través de los ojos de los Grande, la pequeña historia de España. Una historia de sus pueblos en la que la mirada de Félix se posa con amor en las personas, en los paisajes y en aquellas gentes pobres pero dignas. Hay momentos geniales, como esos episodios donde los muertos regresan a platicar con los vivos y donde el ectoplasma de Juan Sebastián Bach llega a Tomelloso a amenizar la muerte del padre (e hijo del abuelo Palancas) de Félix Grande. Hay valores que nada tienen que ver con los de hoy, pues aquí se ponderan el honor, la pasión por el trabajo bien hecho, el respeto a los ancianos…. Hay anécdotas estupendas como la del encuentro entre Palancas y un maestro cabrón que se permitió tirarle el puntero a la cara a su hijo. Y ejemplos de bonhomía, como ese en el que el mismo abuelo, enterado de que otro maestro -Ramón María de Lara- le ayudó ocultando la “desafección al régimen franquista” de los Palancas, le envió un choto recién sacrificado y una garrafa de vino. Porque lo mejor que cabe decir de este libro es que su autor ha conseguido elevar una crónica familiar a la historia de esa maravillosa España rural y profunda.
Para terminar quiero decir que Félix Grande tuvo la suerte de haber sido confiado a la custodia de su abuelo. En su contacto con el viejo Palancas, éste le transmitió su saber. Fruto de ello es este Félix Grande que nos acompaña y que nos enorgullece tanto como lo haría a su abuelo quien de una manera u otra, está también aquí presente.
José Luis Gracia Mosteo