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Grupo de personas de los más variados orígenes y credos residentes en Madrid, con el fin de difundir los valores de la cultura aragonesa desde un criterio abierto y universal

Acto Socio 1. Venancio Díaz Castán

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Enfermedad y muerte de Joaquín Costa

Discurso de ingreso en la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas

Venancio Díaz Castán

 

Enfermedad y muerte de Joaquín Costa

Feliciano Llanas, Venancio Díaz Castán, Francisco Loredo

DISCURSO DE ENTRADA EN ASEMEYA

Venancio Díaz Castán durante su intervención

Señoras y señores:

Constituye para mí un verdadero honor poder exponer ante ustedes el resumen de un trabajo de varios años, que hasta la fecha no me había atrevido a hacer público, tal vez por ese pudor que sentimos algunos médicos ante la posibilidad de manifestar deficiencias cuando salimos de nuestra especialidad, que es el trabajo clínico.

La figura de Costa ha generado desde 1911, año de su muerte, multitud de conferencias y ensayos a cargo de profesores universitarios, y citas, casi siempre superficiales, por parte de políticos. Como indiscutible representante del regeneracionismo español, se trata de manera habitual de encontrar paralelismos políticos que justifiquen su invocación a efectos de soluciones patrióticas y europeizantes. Y es que el descomunal trabajo de Costa ha influido poderosamente en nuestro pensamiento actual. A través de mítines, artículos en prensa y libros generó una impronta ideológica en lo que él llamaba las clases neutras, es decir, la mayoría de los ciudadanos, que veían como se sucedían en el poder gobiernos corruptos e ineficaces sin que les fuera dado poner remedio.

Mi aproximación a Costa tiene su origen en la curiosidad que sentí por la lectura de un apretado fajo de cuartillas en las que mi bisabuelo, Vicente Castán, farmacéutico de Graus, primo y amigo del escritor durante muchos años, hacía precisiones sobre aspectos de su vida que, en su parecer, habían sido deficientemente tratados, cuando no falseados, en las diversas biografías y trabajos sobre el polígrafo aragonés. Como quiera que el contenido político, histórico y literario de Costa había quedado ampliamente tratado por expertos profesores universitarios, así como su biografía – todavía con aspectos muy confusos – por conocidos escritores como Antón del Olmet, Ciges Aparicio, y más recientemente por el profesor George J. Cheyne, de la universidad de Stratford Upon Tyne, quien dedicó a Costa más de 23 años, sentí que me restaba el trabajo de profundizar en Costa como hombre enfermo, con un proceso crónico e invalidante que le obliga a adoptar diversas posiciones intelectuales. Digamos que su enfermedad guarda un paralelismo determinante con su obra política y literaria.

Enfermedad y muerte de Joaquín Costa

Los datos de Vicente Castán, más los que he podido extraer de hemerotecas y bibliotecas, me han ayudado a construir una peculiar historia clínica retrospectiva, algo extensa para el uso que va a constituir el estudio patobiográfico del personaje.

Este va a ser el tema central del discurso con que ASEMEYA me hace el honor de aceptarme como miembro y en el que voy a manifestarles que, de Costa, más que la inmensidad de su obra escrita, lo que me sorprendió fue su peripecia vital, en la que la enfermedad ha ejercido un especial protagonismo.

Su enfermedad predominante, la distrofia muscular progresiva, está hoy todavía lejos de ser resuelta satisfactoriamente, a pesar de innegables progresos en ese campo, y eso que se cumplen en estos días precisamente 92 años de su muerte en 1911. Los razonables límites del tiempo nos hacen pasar de puntillas sobre unos exiguos antecedentes familiares, de acuerdo con los cuales habría un tío segundo, clérigo de cierto rango, del quien se decía que tenía un andar poco garboso, y que a su madre y a un hermano de ésta, clérigo también, en edades avanzadas se les caía la cabeza por no poderla sostener.

Pasa parte de su infancia en Monzón, en donde nació en 1846, y el resto en Graus, pueblo de su madre, hasta los 17 años. Estos años infantiles discurren con absoluta normalidad desde el punto de vista que nos ocupa, pues él mismo describe en épocas posteriores en sus diarios que era capaz de realizar grandes esfuerzos en las tareas de ayuda a su padre en el campo. Por otra parte, da muestras precoces de una inteligencia superdotada y de un interés desusado por la lectura que le hace alejarse del resto de los muchachos, convirtiéndole en un ser huraño y algo resentido por verse obligado a hacerse cargo de tareas menestrales, mientras que los hijos de los adinerados pueden continuar estudios secundarios en la capital de la provincia.

Por fin, aunque tardíamente, su familia accede a las advertencias del maestro, y permiten que el muchacho salga del pueblo y pueda continuar su formación en Huesca, de manera sacrificada, pues el muchacho tiene que trabajar duramente para costearse los estudios. Encontramos aquí, a los dieciocho años, el primer síntoma de su enfermedad: se da cuenta de que carece de fuerza en el brazo derecho para uncir un caballo.

 

1. Hacemos un alto al final de la segunda década de su vida. Manifiesta pérdida de fuerza y atrofia en la cintura escapular y en miembro superior derecho región proximal.

Destaca de inmediato su portentosa inteligencia en el instituto, en donde sería condiscípulo con Santiago Ramón y Cajal, y supera las asignaturas sin dificultad, pero el ambiente, en el que ya ha dado muestras de su ansia intelectual por publicar, se le queda pequeño pronto y aprovecha la oportunidad de acudir a la EXPO de París de 1867 como alumno observador, plaza que consigue tras una reñida oposición. Durante su estancia de un año en París se va forjando el Costa europeísta, que nace de contemplar el progreso de otras naciones y compararlo con el estancamiento que sufre el nuestro. El avance de la enfermedad es inexorable. La estancia se interrumpe por un corto viaje a Graus en donde es dado por inútil para incorporarse a filas. Escribe en su diario:

Un brazo, el brazo derecho precisamente, me falta en una gran parte, sus servicios son incompletos. ¡Infame atrofia! Los músculos del lado derecho (región dorsal) no se ligan a la escápula, están faltos de inervación, yacen en una atonía desesperante. Sus movimientos son pesados y violentos, y no puedo levantarlo a casi ninguna altura como el izquierdo. Descubrirme la cabeza para saludar, no puedo hacerlo sino con la mano izquierda. Para llevar la comida a la boca tengo que apoyar el brazo sobre la mesa (lo cual no puede hacerse en una mesa de etiqueta), y aun así sufro. Para peinarme me veo confundido. Para escribir o dibujar, como no tengo libres los movimientos sino a contar desde la muñeca y no los del brazo, me veo en un apuro indecible. Hasta en la misma cama donde parece que debiera dejarme sosegado, me persigue con más furia, si cabe, este maldito fantasma nacido para mi tormento. ¡Maldito, maldito el día en que se dijo: varón ha sido concebido! ¡Maldito mil veces el aire que me conserva el aliento!… (tomado de Cheyne, J.C.El Gran Desconocido, pag.66)

Un ortopédico le confeccionó un aparato a modo de férula con el que pudo ayudarse para las actividades, pero Costa quiere una solución, no paños calientes. Seguía desconociendo las verdaderas dimensiones de su enfermedad.

La vuelta de la EXPO de París supone hacer frente al dilema de ponerse a trabajar o seguir estudiando. Otra vez se encuentra ante la desesperante necesidad de seguir pidiendo prestado para estudiar, porque en ningún momento le ha pasado por la cabeza con sinceridad la idea de tirar la toalla salvo en momentos de depresión.

Con gran pobreza de medios se instala en Madrid, en la calle del Arco de Santa María, actual Augusto Figueroa, y desarrolla un heroico combate con las adversidades hasta que logra de manera inverosímil las licenciaturas de Derecho y Filosofía y Letras en dos años. Visita en aquella época a un médico, el doctor Mir, quien le prescribe:

  1. Fricciones secas con franelas, unturas aromáticas, agua de lavanda, colonia de Raspail, aguardiente alcanforado, aguas frías a chorro, etc.
  2. Excitaciones ligeras con aparatos electro-galvánicos sobre los nervios intercostales del lado derecho y las ramificaciones del plexo braquial de ese mismo lado.
  3. Gimnasia suave a fin de estimular el trapecio y el dorsal ancho.

Como puede apreciarse, todo estaba orientado a una falta de inervación, a una enfermedad degenerativa de la médula espinal. Hasta la intervención de Charcot no habría una aclaración sobre la génesis estrictamente muscular de la enfermedad. Transcurridos quince días de tratamiento, ya era consciente de que no había experimentado progreso alguno.

No hay muchas referencias en su diario en estos años a su enfermedad, pero sí encontramos en él frecuentes momentos de intensa depresión por la desesperante carencia de medios y por el hecho de tenerse que humillar para lograrlos, teniendo, como tenía, un carácter no exento de soberbia. Los demás, sin tener inteligencia, sin embargo, tienen dinero.

 

2. Es en 1870, con 24 años, examinándose en Huesca del título que le capacitaría como maestro, cuando aparece en su diario una novedad que nos obliga a hacer un segundo alto en las consideraciones clínicas:

…¡Ah!, mientras tanto, el brazo cada vez más perdido, más inútil. Ayer me vi apurado para escribir en el encerado el ejercicio de análisis gramatical. El brazo izquierdo siento que se va atrofiando como el derecho.

Describiéndonos, por tanto, que la afección es progresiva y bilateral, así como una serie de dificultades para realizar actos elementales:

Cuando como, si no apoyo el brazo en la mesa, sufro, y el omóplato se separa.

  • Para peinarme, para beber
  • Para llevar la mano al sombrero
  • Para clavar un clavo
  • Para alcanzar cualquier cosa de su clavo, aparador, ventana, árbol.
  • Para correr (pues los brazos deben accionar mucho, y parece que se suelta el derecho)
  • Para llevar un peso en las manos o en los brazos, etc.
  • Para saltar sobre una caballería, sobre los hombros, pared, etc.
  • Para accionar hablando
  • Para tender el brazo horizontalmente
  • Para disparar un fusil, manejar una espada, etc.
  • Para dibujar, calcar, etc.
  • Para defenderme a fuerza, puñetazos, etc.
  • Para nadar
  • Para subir o bajar por una cuerda, árbol.
  • Para dormir en cualquier postura
  • Para trabajar la tierra en caso extremo o necesario, etc.

Como ocurre con gran cantidad de pacientes crónicos, portadores de enfermedades al parecer sin solución, Costa recurrió también a un curandero famoso, del pueblo oscense de Laluenga, durante su estancia de verano para preparar oposiciones. Castro, que así se llamaba, dando muestras de perspicacia, le dijo que su mal era incurable y se limitó a prescripciones tópicas, al menos no perjudiciales.

Al término de su formación universitaria le encontramos ya vinculado al grupo krausista de don Francisco Giner de los Ríos: la ILE, de la cual sería profesor y director del Boletín durante algún tiempo. Esta condición le perjudica a la hora de las oposiciones a cátedra, hecho que supone para él una enorme frustración. Gana premios y publica, pero la necesidad de sobrevivir le lleva a presentarse a oposiciones de oficial letrado, cargo que ejerce en distintos lugares, y en especial en Huesca, en donde pide destino con motivos amorosos. Quiere tomar estado, cosa que no ocurrirá y ello supondrá una nueva frustración.

Enfermedad y muerte de Joaquín Costa

Llegados a este punto, tenemos que hacer un tercer alto:

3. Con 32 años trata de explicarse a sí mismo en el diario el rechazo de su pretendida en Huesca:

…ha observado tal vez el reciente torcimiento de mi pierna.

Por tanto, hay afectación de la cintura pelviana y miembros inferiores. También están afectados los músculos tibiales anteriores, según datos que aportó don Antonio Ortega Costa, nieto del enfermo y secretario de la fundación que lleva su nombre:

Mi caso es una reproducción de la sintomatología de mi abuelo, con un grado de evolución más lento. Los primeros síntomas aparecieron al cumplir el servicio militar y se localizaban en el trapecio del hombro izquierdo y en la dificultad para mantener hacia arriba las puntas de los pies.

Vuelve a Madrid en 1880. Tiene 34 años. Abandona el cargo de oficial letrado para continuar cerca de la docencia en la ILE. Inicia una relación sentimental con la viuda de un amigo que le prestó ayuda en sus primeros años en Madrid, fruto de la cual tendría una hija en 1883, Mª Pilar Antígone Costa Palacín. Durante estos años desarrolla al máximo su potencial intelectual y docente, hasta el punto de ser elegido miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. Son también años de africanista y colonialista y lo encontramos como fundador de la revista Geografía Colonial y de la Sociedad Geográfica Nacional en la calle Valverde.

No me cabe la menor duda de que fue en 1882, con 36 años, cuando fue comisionado por la ILE para realizar unos estudios en París. El doctor Simarro, que por entonces estaba trabajando en aquella ciudad con Ranvier, insistió para que fuese visto por el célebre doctor Charcot, el neurólogo más afamado de la época. El eminente médico, después de una minuciosa exploración en su consulta privada de la calle Faubourg Saint Germain, dedujo la etiología estrictamente muscular de la enfermedad. Se trataba de una distrofia muscular, pero de naturaleza más benigna que la descrita por Duchenne en 1868. Posteriormente (1884), Erb publicó la forma juvenil escápulo-humeral. También en 1884 Landouzy y Dejerine describieron otra forma que llamarían facio-escápulo-humeral, según los grupos de músculos afectados. La diferenciación con la miopatía distal no vendría hasta 1902 a cargo de Gowers distinguiéndola de la atrofia muscular peroneal de Charcot, Marie y Toot. La distrofia miotónica de Steinert fue diferenciada de la miotonía congénita o enfermedad de Thomsen.

Por tanto, vemos que el desarrollo de la enfermedad de Costa coincidió cronológicamente con los avances clínicos que sirvieron para pasar a un conocimiento más racional sobre su génesis.

Realizado el diagnóstico, Charcot no tenía nada más que decir. El paciente había dejado de interesarle. De acuerdo con sus prescripciones, su alumno Vigouroux se hizo cargo del tratamiento:

  1. Prácticas regulares de hidroterapia
  2. Puntas de termocauterio sobre el raquis; muy superficiales, en número de 40 a 50 por semana.
  3. Faradización y galvanización de los músculos enfermos.
  4. Tratamiento interno:

Durante un mes, tomar una vez al día, en la comida, un papelillo de polvo de ergotamina (30 centigramos) preparado en fresco.

Al mes siguiente: Acetato de plata cristalizado, 30 centigramos

H.s.a. treinta píldoras.

En carta al médico malagueño Laureano Rosso, ya cercana su muerte, Costa le decía:

A los seis meses de tratamiento (Dr.Buisén) (Neuropsiquiatra, alumno de Federico Rubio) ni un solo filete muscular había reaccionado ni iniciado el menor movimiento: en algunos debía haber sobrevenido la degeneración grasienta. Vigouroux confirmó el deséxito y no tuvo cosa nueva que recetar. Federico Rubio, de vuelta de Alemania declaró que…

La necesidad de subsistir le hace trabajar como pasante en el despacho del célebre abogado Gabriel Rodríguez. Pronto abandonaría la ILE, y tras los fracasos en la obtención de la cátedra de Historia, ganó la oposición a notario en 1888. Tenía 42 años y comenzaba a manifestar signos de obesidad. Para caminar debía calzar unas botas ortopédicas con el fin de mantener erguidas las puntas de los pies. Poco ejerció en Granada y en Jaén, sucesivos puestos de notaría. Sabía que sus dificultades físicas irían en aumento, e intenta de manera infructuosa en 1890 la notaría de Graus. Esta nueva dificultad hizo que, ayudado nuevamente por los de su pueblo, instalase su notaría en Madrid en la calle Barquillo, en donde actualmente existe una lápida con su nombre. Por esta época continúa teniendo reagudizaciones de una bronquitis adquirida ya en antes de ir a París , en plena juventud, y Ciges Aparicio apunta un viaje a Berna para que le “reconociesen médicos de allí”, circunstancia esta que no he visto documentada. Ocupa gran parte de su tiempo en un engorrosísimo pleito que hubiera podido resolver sus penurias económicas de por vida, pero tampoco en esta ocasión le sonrió la fortuna. Su progresiva discapacidad le hacía soñar constantemente con la ocupación de la notaría de Graus, cerca de sus amigos y familiares.

Su verdadero inicio en la política, pese a posturas previas de juventud como republicano, tiene lugar cuando decide volver a Graus en 1890 y elaborar la idea asociativa de la Liga de Contribuyentes de Ribagorza, convertida posteriormente en Cámara Agrícola del Alto Aragón, Asamblea de Zaragoza, Unión con las Cámaras de Comercio y, por fin, el partido Unión Nacional en 1900, que tendría la fugaz duración de un año.

En estos momentos de fracaso de Unión Nacional es cuando nos lo describe del doctor J.Chabás (“Medicina Clínica”, tomo 22, nº 6, año 1954):

Cuando le conocí tendría unos 55 años. De mediana estatura y complexión, resaltaba en él su cabeza grande, de pelo gris abundante y ensortijado, barba cuadrada y larga; ojos relativamente pequeños y grises, cuya mirada, nimbada por su fruncir de cejas al atender, reflejaba una profunda penetración cerebral para oír o escribir. Completaba el cuadro su voz gruesa, fuerte, que al exaltarla hizo célebre el calificativo de rugido del león de Graus. Contraste: sus manos y pies eran, sin embargo, de una pequeñez chocante. Años y años que apenas podía andar, y él, tan ávido de sabiduría, de información, se rebelaba contra su gran mengua de movilidad y asperizaba ello su carácter, pero en la conversación de amistad grata era muy afable, muy educado, atractivo…

En efecto, las caricaturas de los diarios de la época nos lo muestran caminando entre dos personas que lo sujetan. En cuanto a sus pies, también descritos por un sobrino y por el ordenanza del Ateneo “como de mujer china”, podemos afirmar que la atrofia de los peroneos de años de evolución los había dejado en deformidad equina tal como describe en su libro el profesor Piulachs.

Fracasa su partido político y la notaría supone una carga que no soporta, sin embargo acepta la sugerencia de Salmerón para ingresar en las filas de Unión Republicana. Sus obras “Oligarquía y caciquismo como sistema de gobierno en España”, y “Derecho consuetudinario en España” le habían conferido una gran popularidad y era respetado en los ambientes intelectuales y políticos. A pesar de salir electo en 1903, renunció a entrar en el Congreso, entre otras razones tal vez la de no poder subir las escaleras sin el auxilio de dos personas y ser fotografiado en esas circunstancias. Porque es de advertir el enorme rechazo que tenía a que le hiciesen fotografías. Probable dismorfofobia.

En este año tiene lugar el Congreso Internacional de Medicina que va a celebrarse en Madrid. Coincide un notable empeoramiento de su distrofia. Esquerdo y Federico Rubio le recomiendan reposo absoluto, y Simarro, nuevamente, le recomienda que visite a un tal doctor Trenkel, en Heyden, Suiza, que ha acudido al congreso de Madrid. Estuvo en Heyden con Trenkel, pero ni el tratamiento – ortopédico nuevamente – , ni los honorarios, le convencieron. No viene reflejado en documento alguno, pero a la obesidad señalada por Giner en una de sus cartas, es seguro que ya se le había asociado la hipertensión arterial, y tal vez se iniciaba la diabetes mellitus que acabaría con su vida, aunque esta última entidad me atrevo a asegurar que fue tardía por expresarse siempre Costa, hasta el mismo final, con una escritura micrográfica, que sería incompatible con una retinopatía diabética.

Rendido a la evidencia de la inutilidad de todos los intentos para curarse, abandona la política activa del partido republicano y decide retirarse a Graus por motivos de salud. Tiene 58 años.

 

4. Hacemos aquí un nuevo alto clínico para llamar la atención en que la enfermedad de Costa causa invalidez en la sexta década de la vida:

Por eso no recibo ni estoy en Madrid para poder trabajar, para no tener que vestirme sino las pocas veces que voy a Madrid por alguna urgencia: porque el vestirme y el moverme me son potro de Inquisición y me aterran, además de retrasarme en mis cosas.(epistolario Costa-Giner de los Ríos)

En casa de su hermana Martina, y con una austeridad rayana en la pobreza de medios, el polígrafo instaló su despacho en el ático de la casa: una mesa de pino, unos anaqueles repletos de libros y carpetas y una humilde mecedora, único medio de sentarse y levantarse con algo de autonomía y permanecer con cierta comodidad. Continúa trabajando intensamente: asuntos de personas del pueblo, contestar a la abundantísima correspondencia, artículos de prensa y libros por terminar: Soter y “Los últimos días de paganismo…”, libro éste que le obligaría a ir a Madrid en otra ocasión a fin de recabar datos en la biblioteca del Ateneo.

En efecto, aceptando la invitación de Moya, presidente del trust periodístico contrario a Maura y su ley antiterrorista, aún iría de nuevo a Madrid en 1908, y en 1909 para ir de nuevo al Ateneo. Tuvo que ascender las escaleras sentado en un sillón que cargaron entre tres porteros. En esta ocasión se sometió, supongo que con ánimo paliativo, a un tratamiento con barros actiníferos, cuya acción terapéutica desconozco.

En el archivo Costa de Graus se ha conservado por fortuna la correspondencia que mantuvo con un médico malagueño, también republicano, pero con un espíritu comercial que fue descubierto por el perspicaz enfermo desahuciado. Le proponía una curación radical mediante unas inyecciones de su propia invención, siempre y cuando el inválido se trasladase a Málaga. El tratamiento sería gratuito y el médico en cuestión correría con todos los gastos de su estancia en la ciudad, y todo ello por patriotismo republicano. Costa, en lo más alto de su popularidad y credibilidad como político honrado, detectó que lo que subyacía era un deseo de medro personal: “el médico que trató a Costa”. Pero de esta larga y engorrosa correspondencia, en la que el médico en cuestión reitera vergonzosamente y de manera contraria a la deontología el deseo y la garantía de su curación, lo más digno de destacar es el retrato clínico que se hace a sí mismo el enfermo para informarle:

Felicito a usted por tantos testimonios de curaciones en su especialidad: atrofias musculares y parálisis. Lo mío proviene, efectivamente, según unos médicos de lesión medular, según otros es una amiotrofia sin conexión con el sistema nervioso. A mí me es igual, pues cerré ya…

…afección hereditaria( hay o ha habido en la parentela otros congéneres afectados) Empieza a manifestarse a los 25 o 28 años. Progresa insensiblemente durante varios años. Después parece detenerse. Desde hace como diez años vuelve a avanzar…

…debilidad general: faltan en el tronco los serratos; el omóplato derecho desprendido en parte, el hombro caído, pierna derecha más larga que la izquierda, etc. Hace una descripción increíblemente concisa para alguien que no tiene formación médica.

Pasa luego a comentarle los distintos médicos que le han visitado y la inutilidad de sus prescripciones, para describirle su situación en aquel momento:

El estado actual, encima de lo dicho, se cifra en esto: fatiga dolorosa (primeramente fue fatiga sin dolor), principalmente en las vecindades de las rodillas. Sólo me encuentro pasablemente en una mecedora de rejilla. El levantarme de ella o de una silla ordinaria agarrándome a la mesa me exige un esfuerzo violento, y por de contado doloroso. Lo ordinario es irme ayudando a levantarme. (Describe el trepar sobre sí mismo del signo de Gowers)El subir escaleras, aun tirado y empujado por dos personas, es un suplicio. Cuando alguna vez salgo al campo, apoyado en el brazo de mis amigos, va detrás un muchacho llevando la mecedora para sentarme de cuando en cuando…

Y finaliza diciéndole que ya no está dispuesto a hacer esfuerzo alguno y que sólo le resta esperar pacíficamente la muerte.

Hasta este punto llegamos en cuanto a los datos de la distrofia muscular se refiere. Pasaremos a analizarla dentro de las posibilidades que nos permite el tiempo disponible:

A) Herencia: Por las personas afectadas de la familia parece tratarse de una forma autosómica dominante con expresividad variable y afectación de ambos sexos:

Después vi que a mi madre la cabeza le caía; después a un hermano suyo, clérigo, que aun vive y no puede levantarla. Ahora me toca a mí, etc.

No tenemos datos acerca de su hija MªPilar Antígone, pero es posible que, aunque de manera leve , hasta el punto de pasar desapercibido, estuviese afectada por la enfermedad. De los trece hijos que tuvo, cinco heredaron la enfermedad, de los que 2 han sido mujeres y tres hombres ,y por orden serían el segundo, el sexto, el séptimo, el undécimo y el duodécimo.

Personalmente conocí a su nieto, don Antonio Ortega, quien me hizo un interesante relato de su proceso en todo momento superponible al de su abuelo, solo que en su caso se ahorró gran cantidad de estudios y tratamientos. Estaba convencido de que no iban a servirle para nada. Lamentablemente no se hizo análisis y no tenemos datos de enzimas musculares. El estudio genético no estaba entonces tan difundido como en el momento presente.

B) Diagnóstico diferencial

He de decir que hubo siempre mucho empeño en descartar la etiología luética de la enfermedad de Costa por estar entonces muy en boga la parálisis general progresiva. Al poco tiempo de la muerte de Costa ya se encargó el doctor Martínez Vargas, ilustre médico zaragozano pariente del enfermo, de desmentir el infundio en el Diario de Avisos de Zaragoza, y de identificarla con bastante aproximación como distrofia muscular progresiva de Dejerine y Landouzy, pero ya nos ha contado Chabás que fruncía con fuerza el ceño cuando conversaba con él. Por tanto, podemos descartar esta forma llamada también facio-escápulo-humeral.

La imposibilidad de afinar diagnósticos mediante electromiografía, biopsia y estudio genético, hace complejo manifestar preferencia por una forma concreta de DMP entre las muchas existentes, y que se diferencian entre sí a veces por leves matices, pero siguiendo el punto de vista de la doctora Pilar Gutierrez Andrés, neuróloga del Hospital de Móstoles, nos inclinaremos a encuadrar el proceso en dos: la llamada distrofia de cinturas y en la distrofia escápulo-peroneal, con mayor probabilidad para esta última.

Enfermedad y muerte de Joaquín Costa

Y para terminar, seguiré con la precipitación de los hechos a partir de 1909, cuando el enfermo está progresivamente invalidado y comienzan a aparecer complicaciones:

Mi tío parecía un hidrópico – recuerda su sobrina Balbina – ; siempre estaba sediento, y consumía a cántaros el agua fresca.

No es descabellado pensar que esta polidipsia fue el primer signo de descompensación de su diabetes. No obstante , el paciente mantenía con intensidad el trabajo intelectual. En estas fechas se recluye en su despacho y manifiesta por cualquier motivo ataques incontenibles de furor que hacen extremadamente difícil la convivencia con sus familiares. Son muy escasas las personas a quienes permite visitarle.

En estas condiciones llegamos al año 1911, (65 años) inválido por completo, encamado y recibiendo los cuidados de su familia y sus amigos íntimos. El 17 de enero aparecen signos inequívocos de hemiplejía derecha, conservando el paciente íntegras sus facultades mentales.

Acuden los médicos del pueblo, los doctores Vidal y Pérez Bofil quienes, tras establecer las primeras medidas terapéuticas, deciden sagazmente que el paciente debe ser visitado por prestigiosos especialistas (como siempre había ocurrido)

Costa, decía lleno de escepticismo:

La medicina del siglo pasado es hoy negativa, como la actual lo será en el siglo venidero.

Lo que hasta entonces había sido aldea tranquila del Pirineo se convierte en el centro de la atención informativa nacional. Todos los periódicos del país destacan en primera página noticias sobre la salud de Costa. Por las calles del pueblo comienzan a verse corresponsales de El País, El Imparcial , El Liberal, etc. La pequeña oficina de telégrafos ve reforzado su servicio desde la capital.

Pasados diez días de encamamiento, el paciente seguía negándose a ser visitado por los médicos y habían comenzado a aparecer escaras de decúbito en los glúteos. Por fin acepta los cuidados del doctor Joaquín Gómez, un médico naturista de Barbastro con quien le une amistad previa. Días más tarde llegan a Graus ofrecimientos profesionales de los doctores Martínez Vargas y Royo Villanova.

El paciente come poco, pero bebe mucho agua. Es el día 23 de enero. Llega el ofrecimiento del doctor Esquerdo invitando al paciente a su finca terapéutica de Alicante El Paraíso. Moya, presidente del trust periodístico, ha hecho gestiones para que vaya a visitarle el doctor Gayarre, neurólogo discípulo de Cajal. (comentario sobre la neuropsiquiatría de la época)

Llegan el día 26, jueves Gayarre y Royo Villanova. Costa consintió en ser reconocido. La exploración, en la que estuvo presente el doctor Gómez, duró una hora. Tomaron muestras de orina y al parecer detectaron la presencia de albúmina y gran cantidad de glucosa. Con los datos obtenidos, Gayarre declaró a El Liberal, a su llegada a Madrid, que Costa padecía una nefritis intersticial. Habían desaparecido los signos de hemiplejía, pero se mantenía la dureza de pulso y una frecuencia cardiaca de 44 latidos por minuto. La prescripción acordada consistió en dieta absolutamente láctea y nefrina (extracto renal) También se encontraba presente en la habitación un personaje que tuvo mucho que ver en toda esta historia, Vicente Castán, primo y amigo del enfermo y una de las escasas personas que tenía acceso libre a su morada. Éste bisabuelo mío, a quien debo el interés por esta historia en sepia, escribe en sus memorias:

Vinieron los doctores Royo-Villanova, Gayarre y Gómez, y presencié anonadado cómo ni Liebig, ni Bercelius, ni Souberain, hubieran analizado con más prontitud que el doctor Royo las orinas de nuestro sabio. Casi sin muestra, ni calor, sin averiguar la reacción de la orina, sin ácido redisolvente, afirmó la existencia de albúmina y el porcentaje de 20 gramos que contenía. Ni el reactivo de Esbach, ni la solución de ácido fénico, ni estufa de Gay-Lussac, ni filtraciones de orina, fueron precisas para la determinación… Según el análisis del doctor Royo (hecho en Zaragoza) la orina acusaba 250 gramos por litro…¿Será posible?

A la llegada de Martínez Vargas, catedrático de la Universidad de Barcelona (rector) y el doctor Zaldívar, de Madrid, realizaron análisis consecutivos en el laboratorio de Castán, en donde, efectivamente, apreciaron la existencia de albúmina y glucosa en la orina, pero no en las exageradas cantidades anteriores. En cuanto a la prescripción de nefrina, en forma de 30 gotas tres veces al día, no fue posible utilizarla, pues al ser la sustancia sólida y cristalina, no se cuidaron de indicar la concentración en que había de ser disuelta.

El día 28 se fueron los especialistas a Madrid. Nada podían hacer. Allí quedaban sus prescripciones. Balbina comenta:

Todos son pesimistas, recetan…y creen que sus recetas producen mejoría al enfermo. Mi tío no tomaba ninguna medicina, y todas iban de la mesita de noche al corral.

Para morirme, yo no necesito médicos – decía Costa.

Pero destaco su cortesía, su simular que aprecia la amabilidad y la profesionalidad de los que le tratan y a la postre se han molestado viajando desde Madrid. Costa podía pasar de una grosería insoportable a ser consideradísimo con los demás.

El día 31 de enero hubo un agravamiento, y el dos de febrero comenzó a deteriorarse notablemente el sensorio. Martínez Vargas diagnostica un edema cerebral secundario a una retención intestinal que decide tratar con purgantes enérgicos, que, al parecer, fueron eficaces.

El 4 de febrero se inició la oliguria , y, por tanto, la uremia: Tratamiento:

Régimen láctico absoluto mientras no disminuya la cantidad de albúmina en orina; inyecciones de cafeína y esparteína cuando decaiga en corazón (bradicardia); infusión de digital y preparados de nuez kola y quina para tonificarlo. Purgantes drásticos cuando haya riesgo de derrame y congestión cerebral.

El día 5, domingo, el paciente entraba en estado de estupor y semicomatoso. La cantidad de glucosa en orina superaba los 25 gramos y la de albúmina un gramo y medio. No hay datos de tensión arterial. El día seis de febrero apareció la fiebre que se acentuó al día siguiente hasta 39º. El paciente estaba en estado estuporoso y en anuria completa. El sondaje urinario no aportó solución alguna, y a última hora de la tarde se le prescribió una inyección de suero de Hayem. Tras el baño terapéutico en una bañera que mandaron instalarle, el paciente recuperó levemente la consciencia para decir: Ya sudo, pero casi al instante volvió a caer en coma entrando en el periodo agónico. Tras unas convulsiones, acompañadas de intensa disnea, falleció a las cuatro y cuarto del 8 de febrero de 1911. Cuando Vicente Castán fue a llevarle la fórmula de un medicamento que habían prescrito, encontró a su primo tranquilo, como si estuviese dormido.

Aquí terminaría mi exposición si no hubieran sucedido hechos posteriores en los que habrían de participar nuevamente los sanitarios.

Vicente pensó que le necesitarían, por lo que, una vez aseado y desayunado con un café bien cargado, volvió a encaminar sus pasos a la casa de Joaquín. Allí estaba el doctor Andrés Martínez Vargas, catedrático de la facultad de Barcelona, pariente y amigo del finado, el doctor Gómez, que había asistido a Costa hasta el último momento, su sobrino Arsenio Aguilar y el resto de la familia. Martínez Vargas manifestó deseos de conocer el lugar donde Joaquín se había recluido voluntariamente en los últimos años y en el que contadas personas podían entrar, entre ellas Vicente. Previa autorización de la familia, subieron todos al estudio situado en la última planta. La humilde estancia de unos quince metros cuadrados se hallaba materialmente abarrotada de libros, periódicos, papeles y pliegos de cartón en cuyo interior se apretaban los manuscritos, tal y como su dueño la había dejado. Junto a la mesa de trabajo había detenido para siempre sus oscilaciones la mecedora en la que pasara cientos de horas sentado maldiciendo la incapacidad de sus piernas para sustentarle. En la pared, tras el respaldo, aún era visible la mancha grasienta sobre la que reposaba su poderosa cabeza siempre al riesgo de caer hacia uno de los lados. Era incomprensible que aguantase allí con aquel frío, aunque le encendiesen la pequeña estufa de leña. Apenas podían articular palabra, sobrecogidos por la emoción. Por complacer a Martínez Vargas se hizo una foto del estudio con el fondo pirenaico que se divisa desde la galería. Vicente había estado allí en distintas ocasiones. Con alguna frecuencia Joaquín le pedía libros de su biblioteca que le llevaba al atardecer, al finalizar el trabajo de la farmacia. En la última ocasión le había llevado siete tomos de la «Historia Universal» de César Cantú y un diccionario latino que con toda certeza había estado utilizando para su inacabada novela «Los Últimos días de Paganismo». Le extrañó no verlos al dar una rápida ojeada por las estanterías. También le extrañó observar un hueco entre los espacios abarrotados de publicaciones. Pensó que alguien había penetrado antes en la estancia y así se lo hizo saber a los acompañantes. Alguien con ánimo de anticiparse y de escudriñar en los secretos del polígrafo había estado revolviendo con toda certeza entre sus pertenencias.

Por la tarde de aquel mismo día ocho Vicente volvió a aquella casa con ánimo de presentar sus respetos. Encontró a Tomás y a don Marcelino Gambón, director de «El Ribagorzano», periódico de ámbito comarcal del que se servía Costa para escribir sus últimos artículos. A la llegada de Vicente, Tomás se excusó con Gambón pidiéndole que permaneciese en el piso principal por si llegaba algún visitante y subió con el recién llegado al segundo piso. Entraron ambos en el dormitorio de Martina, su hermana, a la que encontraron acostada derrotada por el cansancio. En breves instantes les trajeron un cofrecito de hierro de unos 25 centímetros de largo por doce de alto y dieciocho de ancho que hubiera encajado bien en el hueco que vio en la estantería. Estaba abierto y al parecer faltaba una de las dos llaves que luego aparecería en el fondo. Vicente entendió oír que la primera llave estaba rota. Tomás fue sacando su contenido. Apareció primero un sobre vacío en cuyo exterior estaba apuntada la cantidad de quinientas pesetas, luego otro, también vacío, en el que venían apuntadas cuatrocientas. Otro contenía a su vez otro sobre dentro y, en su interior, un billete de cien pesetas , una moneda de plata y una cuenta de Suárez, el editor. Luego apareció una carta de alguien a quien Vicente no conocía y un resguardo del Banco de Vizcaya correspondiente a títulos del cinco por ciento amortizable endosado a favor de don Joaquín Costa. Finalmente, la llave indicada y un sobre cerrado muy desgastado en los márgenes, pero al parecer intacto y sellado con un solo lacre. En lápiz azul estaban escritas las iniciales J.C. Dentro de éste había otro sobre sellado con varios lacres en el que podía leerse la siguiente inscripción en estos o parecidos términos: «Testamento de Joaquín Costa que lleva en el bolsillo durante los viajes». Antes de abrirlo Tomás se santiguó y, temblando ostensiblemente, rompió el sobre por uno de sus lados. Apareció un pliego de papel timbrado que Vicente creyó ver fechado en el mes de octubre de 1.906. Tomándolo, Tomás leyó con voz entrecortada:

«Yo, Joaquín Costa, notario de Madrid, para evitar gastos de derechos reales por transmisión de bienes de padres a hijos, y de estos a hermanos, cedo a mis hermanas Martina y Vicenta las fincas …, y a Tomás, hermano de estas… (Vicente no estaba pendiente de exactitudes ni tampoco le interesaban)» Y siguió : «De los derechos que me pertenecen del fideicomiso Bustillo, que ascienden a cuarenta mil duros y debieran ser cien mil, nombro heredera a MªPilar Antígone Costa, mi hija adoptiva, hija de Elisa Palacín, casada con José Mª Ortega, mi yerno. De los bienes que puedan producirme mis obras inéditas y manuscritas, cedo el diez por ciento a la Institución Libre de Enseñanza. Nombro albaceas testamentarios, entre otros, a don Gumersindo de Azcárate y a don Francisco Giner de los Rios»

La firma estaba al final de la cuarta página del único pliego, en el que también hacía constar la existencia de determinados documentos que estaban al lado de la obra de Cesar Cantú, propiedad de Vicente Castán. Le pareció que Tomás eludía leer otras cláusulas y no quiso insistir en el asunto, pero ¿qué podía ser aquello que estaba al lado del Cantú?. En ocasión posterior logró recuperarlo al encontrarlo medio oculto en un lugar completamente distinto del que ocupaba primitivamente. Daba por hecho que alguien había penetrado en el estudio con o sin permiso de la familia y se había apropiado de cuanto quiso.

En aquella misma tarde del día ocho Tomás recibió telegrama de Moya, presidente de la Asociación de Prensa, quien le insinuaba la conveniencia de que su hermano fuese enterrado en Madrid constituyendo el hecho un homenaje de dimensiones nacionales. Tomás, para entonces ya estaba dispuesto a «entregar el cadáver de su hermano a la Nación”, pues, según sus propias palabras «ya no le pertenecía a él sino a España». Insistía en que si las exequias no reunían características nacionales se llevarían a cabo en Graus el viernes. Al parecer, don José Canalejas, presidente del Gobierno, estaba de acuerdo con la iniciativa de Moya. Había dado comienzo el forcejeo por la titularidad del entierro de Costa y sus connotaciones políticas. Vicente se encontraba mal, el resfriado cogido en días anteriores se manifestaba aquella tarde con escalofríos y fiebre. Cansado y dolido por el rumbo que tomaban los acontecimientos se vio obligado a guardar cama antes de entrada la noche.

El día nueve de febrero, en Zaragoza, don Basilio Paraíso y el director del «Heraldo de Aragón» tomaban entre ambos la iniciativa para que el entierro se llevase a cabo en aquella ciudad. En esa misma mañana, Paraíso salió a las ocho en un automóvil en dirección a Graus para convencer a la familia de la conveniencia de su plan. La iniciativa ofertada desde Madrid para que los restos reposasen en el Panteón de Hombres Ilustres, en obras aún, les parecía contraria a los sentimientos del pueblo aragonés. Desde Madrid, Moya insistía: Costa podrá ser enterrado provisionalmente en la cripta donde yacen los restos de Nuñez de Arce y Rosales.

El forcejeo se intensificaba. Tomás, en nombre de la familia y el pueblo de Graus, expresó su satisfacción ante el homenaje nacional. Canalejas telegrafió diciendo que se esperaba a Costa y que se le construiría un mausoleo. Paraíso recibió la negativa de Tomás a su proyecto de Zaragoza ante la cual insinuó una manifestación multitudinaria en la capital aragonesa. En cualquier caso el viaje de los restos ya estaba decidido, para lo cual era preciso embalsamarle. Se esperaba en Graus a estos efectos la llegada del forense de Benabarre, el Dr.Facerías, quien por cuestiones que desconocemos no vino a Graus, delegando sus funciones en el Dr.Joaquín Gómez. La oficina de telégrafos, que estaba regentada por Virginio Falche(1), registraba en aquellos días una actividad febril y era el centro nacional de la noticia. Le habían llegado empleados de refuerzo para que permaneciese abierta permanentemente. El embalsamamiento del cadáver iba a realizarse por la noche. Apareció entonces en escena el joven médico titular del pueblo, el que había venido a auxiliar al inolvidable Dr.Vidal, el doctor José Pérez Bofil. Ninguno de los dos médicos locales había sido llamado para atender al paciente, pero el embalsamamiento y traslado del cadáver era un acto oficial y, con acuerdo a la ley, debía intervenir el médico titular como auxiliar del forense, lo que supuso una nueva pugna sobre los restos de Costa. El doctor Gómez decía actuar por delegación del forense y, en tales funciones, decidió a última hora de la tarde, avanzada ya la oscuridad, que el cadáver fuese embalsamado.

Serían las diez de la noche cuando, en el laboratorio de la farmacia de Vicente Castán, se iniciaron los trabajos de composición de la compleja fórmula (2), en la que intervino también el farmacéutico, Sr. Muzás. Tardaron cinco horas hasta que el líquido a inyectar quedó listo para ser llevado al domicilio en el que iba a llevarse a cabo la operación, que se iniciaría sobre las tres de la noche, casi 48 horas del momento de la muerte. El doctor Pérez Bofil impuso su presencia y su legítimo derecho como médico titular y manifestó discrepancias con el método a seguir augurando que iba a ser un fracaso, como así ocurrió en realidad. Sabemos que la glicerina fenicada, por sí sola hubiera bastado para un embalsamamiento eficaz, pero había pasado demasiado tiempo. El cambio de caja mortuoria en Zaragoza a otra hermética no tuvo exclusivos motivos de estética y de homenaje. Este hecho levantó una agria polémica entre ambos médicos que se mantendría durante algún tiempo (3). Entre ellos hubo algo más que palabras por asunto de protagonismos y cobro de honorarios. Por fortuna el paciente ya no estaba vivo, que de haber sabido lo que venía hubiera hecho escampar a todos escaleras abajo. Durante el acto estuvieron también presentes los periodistas Romero y Marcelino Gambón quienes firmaron como testigos el acta junto a los médicos. Al paso de la comitiva por Barbastro el fracaso de la operación iba a ser más que patente.

En la madrugada del día diez los trabajos de embalsamamiento aún no habían terminado. Desde las tres de la mañana había muchos vecinos del pueblo situados frente a la casa mortuoria soportando un frío glacial y guardando respetuoso silencio. La prensa de la época (4) deja testimonio de una temperatura de seis grados bajo cero. La calle del Porvenir estaba atestada de gente, hasta el punto de hacer dificultoso el tránsito. Les avisaron de que una vez terminado el embalsamamiento la familia expondría el féretro en el portal de la casa lo que ocurrió a las seis y cuarto de la mañana. Y sigue la prensa:

«Cuando amanecía se abrió la puerta de la casa de Costa y se expuso el cadáver en el interior de un humilde féretro revestido de tela negra, sin más adornos que unos herrajes plateados. La emoción fue intensa, indescriptible. Extendióse la noticia por la muchedumbre que durante unos instantes se agitó conmovida. Poco a poco, callados y cabizbajos, fueron desfilando por el portal hombres y mujeres…» «…una hora mas tarde, a las siete y media, llegó el clero parroquial con la cruz alzada y entonó un responso que el buen pueblo rezó también emocionado…» (El Liberal)»…llegaron varios parientes de Costa que residían en Monzón. Público a pie y algunas bicicletas formaban un acompañamiento de más de dos kilómetros. La mañana es espléndida y el frío intenso. Los balcones rebosan de gente para ver la caja…»

A las ocho de la mañana se organizó el cortejo fúnebre. El público formaba hileras interminables en la carretera. La caja se depositó en una antigua galera entoldada y recubierta hasta las ruedas por crespones negros. Dos troncos de mulas tiraban del vehículo de cuya parte trasera pendía una corona de flores dedicada por el pueblo de Graus. La prensa seguía dando relación de todas las entidades presentes en aquellos momentos.

La comitiva tomó el camino de Barbastro. Los acontecimientos posteriores hasta su entierro en Zaragoza quedaron minuciosamente descritos en la prensa, de la que el biógrafo Antón del Olmet extrajo lo más destacable en su obra (5).

NOTAS
  1. Virginio Falche Aguilar sería años más tarde consuegro de Vicente. “EL LIBERAL” de aquellos días hizo un elogio de la eficacia de sus servicios.
  2. Ingredientes: glicerina 8.630 gr.,alcohol de 96º 3.000 gr., cloruro de mercurio al 8% 250 gr., ácido fénico al 4% 250 gr., cloruro de zinc al 9% 500 gr., esencia de bergamota 20 gr., esencia de limón 20gr., esencia de lavanda 20 gr., esencia de clavo 20 gr., tintura de almizcle 10 gr., tintura de benjuí 15 gr., tintura de mirra 15 gr., mirra polvo 300gr.
  3. EL LIBERAL – MUERTE DE COSTA. Los últimos momentos. El fallecimiento. Graus 8. Joaquín Costa ha muerto a las cuatro y media de la mañana víctima de un ataque de disnea. Ayer por la mañana se presentó la anuria, síntoma característico de la uremia, y comenzó el estado comatoso con fuerte disnea, perdiéndose todas las esperanzas, apurando los médicos todos los medios de reacción. A las diez de la noche, vistos los progresos de la enfermedad, se le administró un baño templado, haciéndole una sangría y una fuerte inyección de suero reaccionando luego y entrando en periodo agónico dos horas después. En vista de los progresos de la enfermedad, la familia reclamó loa auxilios espirituales. Costa no se daba cuenta de nada desde hacía cuarenta y ocho horas. Murió rodeado de su hermano D. Tomás, de sus hermana Martina y sus sobrinas.Mas detalles. – Las últimas palabras. – Cuidados de la familia. A media noche se acentuó la gravedad de D. Joaquín Costa, comenzando la demacración del rostro y notándose movimiento en los brazos para la respiración. Aumentaba la disnea. Agotados ya los recursos de la ciencia, que aconsejó contrarrestar los estragos de la uremia con el baño templado y la inyección de suero de Hayen, el ilustre enfermo, insensible, sin habla y fijos los ojos en un punto de la habitación, permanecía sordo a los llamamientos y preguntas de la familia. Después de baño pronunció sus últimas palabras: ¡Ya sudo!, que dijo con apagada voz. En las primeras horas de la madrugada llegó la temperatura a 40,2 y las pulsaciones a 93. Dijo entonces el doctor Gómez que perdía toda esperanza. No tardó, en efecto, en iniciarse el periodo agónico, que duró dos horas. Costa tenía ya aspecto cadavérico, con ligera excitación en el pecho y en la boca, fatigosa la respiración y el cuerpo sacudido a veces por convulsiones A las tres y treinta de la madrugada se acentuó la descomposición del rostro apareciendo los labios morados, señal precursora de la muerte. Fue entonces cuando la familia reclamó los auxilios espirituales del párroco de la localidad, quien le administró la extremaunción, orando luego junto al lecho del enfermo. El doctor Gómez, D. Tomás y doña Martina Costa y la sobrinas del paciente doña Carmen y doña Balbina, presenciaban conmovidos la emocionante escena. A las cuatro y quince expiraba D. Joaquín Costa.Impresión en Graus. – La capilla ardiente. – Frente a la casa mortuoria. Telegrama de Paraiso.Graus 8 (12 – 15 t.) La noticia de la muerte de Costa se extendió por la población con gran rapidez causando hondísima emoción en todo el vecindario. El primero en acudir a la casa mortuoria fue el farmacéutico Sr. Castán, cuñado del pintor Zuloaga y gran amigo del difunto. Desarrollase entre él y la familia una escena conmovedora. El cadáver ha conservado un ligero color violáceo. El insigne hombre, más que muerto parecía estar dormido.(…) Vestido de levita y puestos en las manos guantes negros, descansa el ilustre polígrafo en su cuarto de piso principal (…)Inmediatamente se telegrafió la noticia de su muerte a los Sres. Moya (D. Miguel) y Azcárate. Se asegura que el Sr. Costa tiene hecho un testamento que guardaba en una cajita, cuya llave la llevaba siempre consigo. Su hermano D. Tomás está resuelto a cerrar con llave todas las habitaciones, especialmente el cuarto de trabajo, donde guardaba el finado sus trabajos inéditos(…) Ha estado enfermo cuarenta y nueve días. El pueblo desfila hondamente conmovido ante la casa de D. Joaquín. Doblan las campanas. Mosen Lucas celebró misa en la capilla ardiente poco después de ocurrir el fallecimiento. Se desconocen en absoluto las últimas disposiciones del finado.
  4. En carta del 8 de marzo al Dr. Pérez, D. Joaquín Gómez le decía lo siguiente:»Sr. Pérez: Harto ya de sus impertinencias y sin paciencia para más aguantar, debo decirle que inmediatamente le exijo envíe V. la carta de Paraíso, firmada o sin firmar, al Sr. Facerías, con cuya firma y la mía me basta para resolver un asunto que a mí exclusivamente se confió. Me admiro de la prudencia que con V. he observado desde la noche del embalsamamiento, en la que por educación solamente soporté sus abusos e indiscreciones de las que inicuamente se ha servido para abrogarse públicamente facultades y derechos que de ninguna manera le pertenecen…»En otra del 14 de marzo, seguía:» Sr. Pérez: Contestar con altanería a la mansedumbre de V. sería abusivo, así como también lo fuera aprovecharme de tener la sartén por el mango al hacer el reparto (si cobramos, puesto que los únicos con derecho a exigir somos Facerías como subdelegado y yo como médico a quien se encargó la operación) …»
  5. Luis Antón del Olmet. LOS GRANDES ESPAÑOLES. “COSTA”

 

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